Estoy desnuda, escribiéndote. Y no es que lo mencione porque
quiera seducirte ¿A quién podría seducir una catarata de llanto con mocos y un
toallón con olor a humedad en la cabeza?
Aún te huelo hacer las tostadas mientras me seco el pelo con
la toalla. Te ayudaría a batir el café. Abrazarte y olerte a vos y no en el
perfume de otro.
Recuerdo la última vez que te hablé desnuda. Cumplía 22
años. Fue el error más dulce y estúpido del mundo regalarte, literalmente, mi desnudez;
volverme, entonces, esclava de esa promesa y haber, por ende, encontrado con quién
hablar tan naturalmente con nada puesto, más que el Alma.
No te he perdonado, porque si lo hago, te olvido. ¿Y qué hago
entonces con mi desnudez mal enjuagada? ¿Qué hago con la infinita capacidad de
Amar que he desarrollado? ¿Dónde meter algo infinito? ¿Cómo hacer que deje de
crecer?
Recuerdo que la última vez que te hable desnuda. Lloraba.
Siempre lloro con vos. Me significo tanta valentía que aún no he vuelto a
sentir algo así en mí. ¿Sera que cada
dos años volveré a estar desnuda?
¿O será que es sólo para abrir y cerrar heridas?
Estoy lista para vivirme feliz aunque ...o, mejor dicho, porque no estés acá. Yo se que sabemos, ahora, que desnudarse no es quitarse la ropa nada más.
Estoy lista para vivirme feliz aunque ...o, mejor dicho, porque no estés acá. Yo se que sabemos, ahora, que desnudarse no es quitarse la ropa nada más.