Un viaje de Sol a Ción.

Ción; el lugar donde todo se yuxtapone
con el Alma.

martes, 8 de septiembre de 2009

Sobre nuestro (posible) futuro

La alondra llega entre la colorida ceguedad del sol en tu reflejo, los millones de dibujos de una infancia pobre, entre tanto lujo de apellido. Guardate para vos el postergar el hambre o la decencia, tengo ganas de perder la razón y llorar rosa tu corazón. No me protejas, te prometo que estaremos bien. Llegará el invierno y estaremos tranquilos, visitaremos un parque, y navegaremos en un cisne de esos que están desgastados. Quizás tomes mi mano, porque pensarás que paso frío o que despertó en mí algún recuerdo de esos tristes. Sentirás mis labios, que ya estarán gastados y partidos por el frío, en los tuyos y comprenderás, cerrando los ojos al vacío infinito, que estaré tranquila, que me gusta el invierno (aunque me recuerde los hechos).
Cuando me regales ese globo verde y me preguntes si aún me gustan los globos, verás como lloro y pensarás que nunca dejé de estar loca. A los 64 años no estaré lo suficientemente vieja para entrar en un geriátrico, seguiré amando los globos, y estaré contenta de morir de frío y nauseas cuando estemos, yo sintiendo tus pulmones en mi oído, en la cima de “la vuelta al mundo”. Y vos solo sonreirás y pensarás que nunca dejaré de parecer una nena cuando hablo, cuando río, lloro o cuando tengo sueño por la noche y hablamos por teléfono.
Será porque ya para esa época entenderás que suelo mostrarme firme aún cuando mis órganos se estén desplomando en mis adentros, que me preguntarás, como siempre lo hacías sin saber de esto, si me pasa algo. Te contestaré que no, y te verás guardar la duda en un cajón oscuro, junto con las demás, junto con la incertidumbre y todos mis dolores empolvados. Volveré a prometerte que todo seguirá bien, y yo continuaré pretendiendo, o no. Quizás esa tarde no me sienta tan inteligente y te cuente un poco más de mi pasado. Entonces lo opaco de ese día y lo oxidado de los años que lleva andando ese trencito de madera, se combinarán en mi cara y en tu hombro y sentirás el peso de mi frente y creeremos, los dos, que no existirá momento más perfecto que el que acabamos de conjugar.
Los pastizales, amarrillos de saquía, rozarán nuestras yemas y sonarán a contaminación. Nuestras miradas, que todos esos años se habrán fijado en caminar hacia delante, se desviarán hacia los costados, hasta percibir el color de los olores, hasta controlar los objetos y moverlos. Podrán sentirse los rayos en la piel de los más débiles, podrá verse la cámara lenta mientras la hierba se quiebra en nuestra piel. En ese momento será cuando a vos te den ganas de apagar incendios con tus ojos, con tus lágrimas amarillas y mis gritos de psiquiátrico. Allí será cuando te preguntaré por qué habremos perdido tanto tiempo y por qué nunca había dejado de sentir miedo. Entonces, me cerraras los ojos con tus ojos. Me dirás que piense en celeste, que deje de preguntarme si estoy en la canción de alguien más, que esa es mi vida, que así se dibuja el paraíso de lo perdido, así sabe el helado en ese país, y que nada está hecho porque sí..
Finalmente, olvidándome de las excusas para posponer, te agradeceré el paseo, dejaré mi rush en tu mejilla y en tus labios una vez más y me verás partir, como la última vez, como todas las veces, antes de que amanezca.


[le robé el invierno y el paseo a Rimbaud]