Érase, ésta vez, un príncipe. Era hijo de dos reyes muy, muy poderosos y
hermano de 500. Pero, de todos ellos, todos príncipes y princesas, él era
diferente. Hasta su hermana menor, la bella durmiente, deseaba jamás estar en
sus zapatos.
Al nacer, un genio maligno lo condenó a un vacío infinito en
su estómago; sería entonces, que aunque comiera hasta más no poder, jamás
dejaría de sentir hambre. ¡Podía éste príncipe comer vacas, cabras, elefantes
enteros! Pero jamás, jamás se sentía lleno.
El príncipe lloraba de desesperación y sus padres se
quedaban sin asunto; éste chico los estaba dejando sin recursos. Las princesas
de otros reinos, fascinadas por la capacidad del príncipe de comer tanto y
mantenerse delgado y hermoso, caían a sus pies. Hacían kilómetros de cola
cargando platos enormes, bellos y deliciosos buscando conquistar el estómago
del muchacho. Pero ni con sus platos ni con ninguna de ellas, él se sentía
completo.
Hasta que un día, como por arte de magia, apareció una princesa
con una receta mágica. Venía desde muy muy lejos y cayó en el reino por
casualidad. Decidió pedirle al príncipe que pasara sin comer unos días hasta que su panza hablara sola y,
con su cabeza, dibujaran el plato que él, desde recién nacido, estaba buscando.
Así, tres días más tarde, el estómago del muchacho gruñía
enojado e indeciso… pasaron unas horas hasta que, al fin, decidió ir a hablar
con la princesa. Le pidió a la mujercita que recorriera el mundo por él; que
trajera unos tomates de Perú, que mandara a pedir el más suave pan a Italia,
que buscara carne en Argentina y demás ingredientes. Ella tardo 58 años y dos
meses en poder conseguir todos los ingredientes que específicamente debían ser
seleccionados para satisfacer el paladar de aquel, ahora, Rey.
Ya tenían 80 años cuando, finalmente, el hombre, que aún
seguía hermoso, delgado y vacío, sintió por primera vez la sensación de no
poder respirar tras haber comido cuatro mágicas, sencillas, brillantes, dulces
y sabrosas hamburguesas.
Él nunca más pudo separarse de esa hermosa mujer, pero ella
estaba tan cansada y arrugada de haber viajado un mundo y una vida, que a los
pocos meses, murió y nuestro Rey volvió entonces a sentirse vacío una vez más.