Mi querido.
Por acá se me ha perdido la esperanza. ¿Alguna vez te pasó?
Es un camino muy arduo, el de la resignación. Sobre todo cuando hay tanto para
dar. He buscado evitar recostar mi dolor en otros brazos, he querido olvidarte
de veras de una vez, soltarte, no taparte. He tenido éxitos, pero no tanto como
esperaba.
La realidad, hermosito, es que nunca tuve tanto miedo como
aquel a perdernos. No es que no pueda vivir sin vos; no quiero. ¿Eso no es
resignarse, no? La grandeza con la que mi Alma se elevó por vos, las ganas que
me dan de verte ser, fluir, crecer… no es algo que me haya pasado muchas veces
en esta cortísima vida que llevo.
Aunque la gente me dice “No pienses tanto, mujer”, yo…
pienso. Pienso en lo fría que estará mi mano los domingos de este invierno que,
aunque lejano, se aproxima intimidante. Pienso en lo banal que será besar otros
labios que no sean los tuyos, sentir otras pieles… ¡Hasta casi que me da asco!
La música, mi querido, la música es muy nuestra. No puedo no
escucharte con la música. ¿Cómo puede una estar tranquila sin escuchar el ruido
de tus mejillas al sonreír? Simplemente me lo imagino, te imagino riendo,
mucho; al menos dos veces por día.
Conozco la magia de mi Alma, sé que aquello que deseo con
fuerza y claridad, el universo me lo da. ¿Por qué no deseo que estés a mi lado,
como lo he hecho antes? Porque más fuerte aún es el deseo de tu felicidad.
Mi corazón te ama. Con la sinceridad del mundo.
Pipí.