Había tanta gente que le costaba respirar. El piso estaba pegajoso de derrames de algún fluido extraño que estaban bebiendo con mucho frenesí; era Soma?. Estaban todos, y parece que estaban felices.
Y Pedro estaba como invisible, bañado en un haz de transparencia indivisible, estirada, opacada .... y con la mirada cansada.
Solo caminaba, sin destino, por ese mar de piernas; haciéndose un camino.
En algún momento debió sentirse muy cansado, porque se encontró con una cama y se acostó. Y allí, como por generación espontánea, se le cruzaron dos miradas, cuatro pares de ojos y un poco de sabor a café.
El hombre, aparentemente el padre, estaba frenético o hasta quizás exhausto de realidad; violento se le atravesaba y no lo dejaba, a Pedro, hundirse en su feliz umbral de sueños.
Y allí se erguía, con las patitas colgando, aún muy cortas para llegar al suelo, ese niño que casi que le recordaba a Pedro al gurí que jugaba a la pelota en la cortada al lado de su plaza. Condescendiente y empático, le pedía, con los ojitos torcidos (o la cabeza girada), que lo entendiera al mayor.
Por momentos parecían los roles estar cambiados. Por instantes se fusilaban ellos dos. O los tres se fundían. Pedro intentaba comprender porque este tipo se le venía encima como un animal. Le limitaba el espacio. Inclusive al dormir.