Me estaba mirando el ombligo. ¿Cómo puede ser que ese
pequeño y antiestético pedazo de algo me haga acordar a vos? Me gustaba que me
zambees panza con panza. Me gustaba tu calor.
Ha pasado un año. Exactamente un año desde que se me empezó
a romper el corazón. ¿Deja de doler algún día?
Recuerdo una tarde que si no fue real y me la imaginé, sostengo que es totalmente posible; te juro que nada volverá a ser más perfecto
que esa tarde.
No éramos nada, pero vos me amabas. Volvíamos de un viaje a
Santa Fé y te miré manejar y pensé “pudiera hacer esto yo mil vidas”. Me
interrumpiste – “¿Qué, Sofía?” Y te repetí lo que antes había pensado en voz
alta, sin miedo; al lado tuyo nunca tenía miedo. Me sonreíste. No te asustaste.
Me enamoré.
Y entonces aquí estaba yo, entre las pieles de él, fumándome
un tabaco y mirándome el ombligo y pensando en vos siempre. Y él, tan bonito con
esos ojos café, me decía “No sé qué traía ese hombre consigo que de todos es el
único que te ha podido enamorar”.
Nunca voy a dejar de quererte una vida; eras un mundo aparte
de todos los mundos y con esa sinceridad te quería. Con esa sinceridad te
quiero. Porque jamás logré ignorarte y sólo dejaré de sentir un imán en mi
pecho cuando esté lo suficientemente lejos como para creer que, alguna vez,
todo esto fue real.
Vive tu recuerdo en mi ombligo; ninguno de ellos puede sacar
de él las mil personas que esconde mi piel. “Al final, no era tan bonito todo esto
del Amor.” Y, al final, cada vez que te nombran empiezo a extrañarte.