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"Escribí un número en éste papel, doblalo, y yo te lo adivino, así me
crees." - Me dijo. Al minuto lo adivinó y con eso se fue lo que quedaba de
mi cinismo.
Me había
bajado del 118 hacía unos 2 minutos, crucé Avenida Santa Fe y, ahí en ese lugar
dónde de día hay ferias de libros, con un montón de autos acorralándome por la
izquierda y la derecha, me encontré con él. En realidad, creo que fue él quien
me buscó.
Dijo que era un Ángel, que acá lo
llamaban Gabriel. Qué se yo, tampoco me quiero obsesionar, pero la excitación
confunde y yo creo que él detectó en mí la necesaria cuasi obsesión de sentirme
única o importante que a veces se me aparece.
Me
inspiró paz, pero no seguridad. En absoluto. Quizás porque así es la sociedad.
¿Quién le cree a un tipo que te dice semejantes cosas?
-“¿Cómo te sentiste después?”- me
preguntó alguien. La verdad, que por un segundo sentí plenitud y vacío, lo más
similar a la felicidad, pues volé sola un ratito, luego volví a la Tierra.
Empezamos a conversar a las 21.16 y,
cuando yo ya quería marcharme y agregué que estaba apurada me mencionó,
haciéndome notar que seguían siendo las 21.16 que en mi destino el tiempo sería
el mismo que el de allí. ¿Paró el tiempo? ¿Cómo hice, entonces, para caminar 3
cuadras y que, de repente, fueran las 21.24? ¿¡Cómo podía no creer que el ser
era algo especial después de esto!?.
La atención, la tensión. No podía
ponerme frente a él. Me sentí expuesta, intimidada, pequeña.
Quizás sí lo era, y yo perdí la
oportunidad de entrar en confianza. “No te dejas ayudar”. Me apuñaló. Fue muy
sabio, porque es verdad.
Me
pidió algo prestado antes de que me fuera. Adivinó que llevaba en mi bolso,
nunca acercándose demasiado, siempre muy sobrio, y me pidió que se lo diera.
Le di los 20 pesos. En un principio, porque creí que de lo contrario todo lo
que estaba en mi bolso, y éste incluido, iban a terminar en sus manos, y justo
antes de que el billete pasara de mis manos a las suyas, entendí que le estaba
prestando el dinero porque, según él, me lo devolvería el día que me recibiera.
No sé si creí en él como ser o si en realidad me entusiasmo que, de alguna
forma, asegurara que mi futuro iba bien encaminado; lo dijo con mucha
seguridad: “El día que te recibas. O el día siguiente.”
Sólo
me quedó decirle que, por favor, no jugara con lo poco que quedaba de mi Fe.
Que apareciera. Ese día, o el siguiente.
Estimuló
en mí una sensación que tenía escondida. La de creer. Creer en algo. Si
aparece, en aquel lejano futuro, entonces sabré que algunas de las bases de mi
vida no han sido en vano; aunque sea la de creer en la gentileza de los
extraños.