Raúl era consciente de que la soledad era una perra que se
afianzaba en la primera hora de vigilia, volviéndolo todo un polvorín.
Vivía esperando, en vano, que algo sucediese y, cuando
sentía que quizás podría pasar, relegaba el pensamiento, alertaba al saltar su
corazón y se sumía en una eterna negación… y, casi que obsesivamente, volvía a
sentirse en espera, en vigilia, como un lobo… estepario.
Entendía que su deseo era una reacción animal de la especie
por querer septuplicarse de ser posible, pero sólo por instinto, no por amor…
¿Qué carajo era el Amor?
Si. Raúl aún creía en él.
Pero, por fin había algo que había sido articulado silenciosamente
adentro suyo, resignado sin querer, porque sin más tenía que ser así. Y tenía
tantas ganas de romper todo ese esquema como de conservarlo. Y cada madrugada
la cosa empeoraba.
Hijo o dueño de una ignorancia fecunda, automatiza sus
reacciones y se induce el sueño, creyendo que así podría escapar. Y es entonces cuándo otro efecto revelador despierta… Parece que en los sueños
el deseo es aún más real que estando despierto.