Te atan. Cabeza al asfalto. Escupo sangre y me tironean las cintas. Ya entendí: te atan. Estoy atada y golpeada y dolida y, aunque sólida, no hay ni un recurso cerca. Ni una caricia de aire que me lleve un ratito a la infancia. Tratando de buscar un recuerdo lindo, me crucé con el sonido que hacían tus mejillas cuando sonreías.
Entonces estoy acá: inmóvil y estúpida y, por sobretodo, inútil. Y sólo hay un insignificante ruido que me lleva lejos: el sonido de tu felicidad.